Por Alberto Adrianzén M.
Este 2015, América Latina cumplió 37 años desde que inició su larga marcha hacia la democracia. Y si bien dicho curso no ha sido lineal, sí cabe señalar que estamos frente al periodo de democratización más largo que haya conocido la región. Si se compara, por ejemplo, cómo estábamos en 1977 y cómo estamos ahora, se puede comprobar fácilmente cuánto hemos avanzado en aspectos democráticos. En 1977 solo existían dos países en América del Sur que vivían en democracia, Venezuela y Colombia; uno en América Central, Costa Rica; y México, país que había hecho de la reelección del Partido Revolucionario Institucional (PRI) la principal regla del sistema político. El resto de países eran gobernados por viejas dictaduras civiles o militares (Nicaragua, El Salvador, Paraguay y otros) o por nuevas (Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Perú, Ecuador y Bolivia). A ello hay que sumarle la existencia de diversos conflictos armados en la región, algunos de los cuales tenían varias décadas de existencia con el resultado trágico de cientos de miles de muertos.
Hoy que ha pasado un poco más de 35 años todos los países de la región, con la sola especificidad de Cuba, viven en democracia. Y si bien para algunos esta democracia puede ser calificada como inconclusa, representa un avance importantísimo en la región. Incluso países gobernados por lo que podemos llamar «partidos hegemónicos», México y Paraguay, han logrado superar esta situación y hoy enfrentan procesos de democratización. Si bien este desarrollo democrático, por un lado, fue secuencial y, por otro, heterogéneo, como consecuencia de los distintos contextos nacionales, lo cierto es que la primera característica de esta época es que estamos ante el periodo democrático más prolongado y extenso geográficamente que ha tenido la región desde su nacimiento como repúblicas independientes. Así mismo, cabe recalcar que este periodo, además de lo dicho, contiene algunos elementos importantes que aquí tan solo anotamos.
Un primer elemento es que estamos frente a una región prácticamente pacificada políticamente y en la cual se ha consolidado la democracia electoral, así como la pluralidad política.
La distinción entre viejas y nuevas dictaduras se refiere a que las primeras eran regímenes donde la figura del caudillo o de la familia ocupa un lugar central, mientras que las segundas aparecían más bien como proyectos institucionales de las Fuerzas Armadas.
Por consecuencia entendemos que la implantación de la democracia, además de ser por etapas, es, al mismo tiempo, un proceso en el tiempo.
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