A nueve semanas de las elecciones, el panorama se calienta. Las denuncias contra los candidatos y las acusaciones entre ellos ocupan el escenario público desplazando el postergado debate de ideas y propuestas, que a juzgar por los resultados recientes de GfK, parecen, como hace buen tiempo, no interesar mucho: el 68% de los encuestados desconoce totalmente los planes de gobierno de los aspirantes y el 35% que dice conocerlos es limeño y mayoritariamente de los estratos A y B. Keiko Fujimori sigue encabezando cómodamente las preferencias electorales, más que duplicando la intención de voto de su más cercano perseguidor y exhibiendo un «voto duro» que es ligeramente mayor al que históricamente mostró el fujimorismo.
Esa cómoda distancia, resultado del trabajo sostenido de su agrupación desde el 2011, le permite ir posicionando su imagen de cara a la segunda vuelta; esto es, limando las aristas que la vinculan con su padre y proyectando, de alguna manera, una combinación de «novedad» en la política, que busca la mayoría del electorado, con la dosis de «experiencia» que en realidad proviene del espíritu de aquél. Su votación aparece bastante consolidada en los estratos D y E, así como en el Perú rural. Aunque en este escenario, no existen certidumbres, todo indica que es la candidata a derrotar.
César Acuña, el «emergente» de los últimos meses, afectado por la multiplicación de acusaciones en su contra –aún es temprano para decirlo–, no ha caído lo que esperaban sus detractores, aunque sigue atrapado en el justificado cargamontón mediático por las fundadas acusaciones de plagio de las que es objeto. Acusaciones, hay que decirlo, que involucran a instituciones prestigiosas como la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad de Lima, que evidenciarían gran ligereza y limitado rigor en sus controles académicos, de confirmarse aquellas. La pregunta de fondo es sobre cuánto impacto electoral tendrán al final los presuntos reiterados plagios en un país que en los últimos años ha visto ese pecado en uno de sus principales novelistas y en el Cardenal Primado de la Iglesia Católica; más aún cuando alguno de los periodistas que firmó una carta de «desagravio» a éste, aparece hoy como un inquisidor más.
PPK y la Alianza Popular aparecen cuesta abajo en la rodada, atrapados en sus respectivas telarañas, tratando de controlar la zozobra que seguramente les produce la foto de la intención de voto. El matrimonio APRA-PPC no despega a pesar de los esfuerzos de García y de los baños de Lourdes en Agua Dulce y Punta Hermosa, mientras Kuckzynski no logra que sus estrellas aparezcan como un equipo afiatado y no encuentra la fórmula para superar la distancia del «gringo» tecnócrata mayor con la gente; su convocatoria relativa en los sectores A y B, básicamente limeños y de las grandes ciudades, no le alcanza para salir del incómodo lugar que ocupa, llegar a la segunda vuelta y jugar el papel del mal menor.
Julio Guzmán aparece entonces como el nuevo emergente. Una suerte de PPK más moderno, con sonrisa publicitaria permanente y con mejor capacidad de comunicación. Trabajando cuidadosamente la idea de novedad en la política, con la supuesta capacidad técnica y de gestión en inglés, pero también recurriendo a una historia personal «light» que lo presenta como un modelo de éxito personal, viniendo desde abajo. Sus dificultades administrativas con el Jurado Nacional de Elecciones pueden darle la dosis de victimización que necesita una candidatura que es muy vulnerable para consolidarse arriba, de cara a abril, entre otras cosas por las sistemáticas contradicciones en las que cae el candidato por tratar de ser siempre «políticamente correcto».
En el pelotón de los «menudos», destacan Verónika Mendoza y Alfredo Barnechea por su afán más programático y propositivo. Más dispersa y con un estilo de comunicación decimonónico la primera, pero más combativa y más cerca de la gente; más preciso y conceptual el segundo, con mejor manejo mediático, pero distante y con un estilo principesco, el segundo. Ambos comparten un techo bajo si no logran superar el amplio desconocimiento que existe de sus candidaturas. Finalmente, hay que señalar que la candidatura del oficialismo se hunde en el descrédito sin límites de aquél, en las acusaciones a la presidenta del nacionalismo ya sindicada de lavado de activos y en el papel del candidato en el asesinato del periodista Bustíos; si Lourdes parece no aportarle mucho al APRA, en este caso, la situación de la exalcaldesa de Lima es similar.
Así las cosas y conscientes de que el escenario seguirá en movimiento hasta abril, es claro que Keiko, que anuncia el regreso del fujimorismo, correrá tranquila mientras el grupo intermedio siga confrontando entre sí y no logre vincular los temas de inseguridad, corrupción y acceso a derechos, con el más profundo y difícil de la institucionalidad. Las diferencias entre ellos, en esencia son vacías y la gente empieza a percibirlo. Mientras los distintos candidatos se mantengan en el autismo de hablar y debatir entre sí y no le hablen y movilicen a la ciudadanía, continuaremos en un escenario como el actual, donde las debilidades institucionales –el plagio es un síntoma, como lo son el sicariato y la corrupción– se profundizarán y nuestra gobernabilidad futura, no importa cual sea el gobierno, será cada vez más difícil.
desco Opina / 12 de febrero de 2016