Muy cercanos a la fecha del intento de golpe de Estado de Pedro Castillo y de las protestas que se prolongaron hasta marzo, resulta todavía difícil tomar distancia de estos sucesos, que aún nos conmocionan.
El nuevo gobierno, instalado hace apenas un año, producto de un pacto entre los restos que dejó Castillo en el Poder Ejecutivo (la sucesión presidencial de Dina Boluarte) y el bloque que conformaba el control del poder en el Legislativo, está siendo profundamente afectado por la crisis terminal que enfrenta la Fiscal de la Nación, la abogada Patricia Benavides, al salir a la luz contundente información sobre su presunto proceder criminal, aprovechando su cargo para favorecer a mafias a cambio de su permanencia en el poder…con el que ahora ha roto parcialmente, al enfrentarse al Poder Ejecutivo, parodiando a un Sansón que destroza las columnas y muere con todos los ocupantes ilegítimos del templo.
Lo que ahora se lee, por las pruebas difundidas, no constituye novedad para quienes desde cierto periodismo de investigación y de análisis político más que lo sospechaban desde hace tiempo. No existían las evidencias que hoy abundan, comprometiendo a los usurpadores del poder.
Esto ha desencadenado el inicio de una nueva fase de reacomodo en la que los actores políticos actuantes pasarán a otra etapa (Ejecutivo y Legislativo en particular). Sin duda, interpelará también a todas las organizaciones e instituciones, los gremios de trabajadores y de propietarios nacionales y extranjeros que constituimos el tejido económico, cultural y social de nuestro país.
La profunda grieta provocada por la corrupción y la ignominia se muestra una vez más, desnudando el alma herida que es nuestro país. La credibilidad en la gestión de todo el Estado aparece nuevamente aplastada, por los suelos, y eso impacta en las relaciones sociales, lo poco que queda de institucionalidad pública y, por cierto, en la economía. Lo que se tiene a la vista son algunas de las consecuencias de lo que pasa cuando prima el enfrentamiento mafioso de poderes sobre la concertación.
Más adelante, dentro de algunos años, los acontecimientos vividos en este quinquenio, probablemente serán materia de reflexión y aprendizaje sobre cómo actuar mejor para concertar y evitar profundizar las brechas que la pandemia evidenció para todos.
La derecha radical que ha florecido vigorosa en determinados sectores sociales, aunque evidencia su falta de ideas y lo mezquino de sus intereses, también ha entrado en crisis interna y se debilita relativamente ante el enfrentamiento entre la Fiscal de la Nación y el Poder Ejecutivo.
La imparable violencia delincuencial de chantajes, homicidios por encargo, ajuste de cuentas entre bandas, robos, extorsión y cobro de cupos, tiene al país sumido en una inseguridad creciente, en el descrédito acelerado de nuestras reglas de juego a todo nivel y el quiebre del diálogo. Las ideas no se exponen, se imponen decisiones, y la sed de venganza de los principales perdedores parece no tener fin.
El desarrollo al que aspiramos debiera ser un proceso colectivo que también favorezca lo individual, una dinámica intersectorial e integral que convoque acciones y coordinaciones interdisciplinarias, interculturales, e intersubjetivas. Hoy parece imposible que esto pueda ponerse en marcha.
En el escenario al que asistimos, como en un circo de tres pistas, abundan payasos, fieras, prestidigitadores y equilibristas. También corruptos, asesinas y homicidas, junto a muchos improvisados, mientras los medios de comunicación (con la dinámica generada en las redes sociales que los absorbe), evidencian una situación de crisis del Estado y la sociedad, en la que la mayoría de la ciudadanía aparece cada vez más excluida –en muchos casos autoexcluida– de esta afanosa disputa.
Quienes debieran gobernar para bien de las mayorías, torpemente dan manotazos de ahogado en una economía sumida en franco proceso de recesión, a puertas de las urgencias que habrán de significar los efectos del paso de un FEN, cargado simultáneamente de lluvias destructoras en el norte y centro de nuestro territorio, y una agobiante sequía en el sur del país.
Es hora de construir un nuevo pacto social para creer en nosotros y confiar en los demás. Uno que muestre al mundo y a nosotros mismos, que somos una nación y no un país de desconcertadas gentes. Hasta hoy, entre tantos muertos y heridos y la enorme pobreza que atrapa a casi cinco de cada diez peruanos, expresando la enorme desigualdad que nos caracteriza, no encontramos la forma de salir del pantano de podredumbre en el que hemos sumido a este magnífico país, cargado de culturas y riquezas naturales como pocos en el mundo. Un lugar en el que los 33 millones de personas que lo ocupamos podríamos estar más cerca de avanzar en un proyecto del buen vivir, y no a la catástrofe y el caos destructivo en el que estamos inmersos.