¿Qué fue lo que cambió la historia? Dicen que Alan García estaba confiado, hasta que en el camino y sin que lo intuyera apareció el reportaje de IDL Reporteros sobre los pagos desde la caja 2 de Odebrecht. Luego de que García se refugiase en la residencia del embajador uruguayo, los dirigentes apristas informaban que le dictaminarían prisión preventiva en los próximos días, según «sus fuentes».
Sin embargo, los hechos previos contradicen este escenario imposible que nos inventaron los apristas. Ni las nuevas revelaciones ni la eventual prisión preventiva parecieron estar en sus consideraciones cuando se dio inicio a una literal demolición de las instituciones, apuntando a deslegitimar, dado el momento, cualquier disposición en su contra.
Semanas atrás decían –García y sus gonfaloneros locales– que Vizcarra había distorsionado la separación de poderes, al «exigir» la salida de Pedro Chávarry de la Fiscalía de la Nación. Luego, García afirmó rotundo que en el Perú estaba consumándose un «golpe de Estado». Simultáneamente, su abogado concluía sin inmutarse que el fiscal Pérez jugaba en pared con IDL Reporteros y eso era, ni más ni menos, injerencia política. Si quedara duda sobre esto, Aldo Mariátegui, oportunamente, las disipó al revelarnos que Gustavo Gorriti era en realidad el periodista más poderoso del país e IDL el partido político (sic) más importante.
Finalmente, en rueda de prensa y visitas a los medios de comunicación su abogado, sus políticos amigos y él mismo señalaron que habían criminalizado a su partido político, al tildarlo de «organización criminal».
Bien, Rolando Reátegui contradijo todo lo anterior de un plumazo. El pecado mortal del fujimorismo congresal fue haber permitido que el minúsculo aprismo parlamentario los llevara de las narices. “Tienen experiencia, tienen 80 años. No han sabido las consecuencias de tirarse abajo a PPK, no han visto la consecuencia de la ley de medios. Mulder no ha salido afectado de la ley Mulder [de publicidad estatal]. ¿A quién le ha caído todo el grueso mediático? A Fuerza Popular, nos hemos convertido en los enemigos número uno”.
En suma, los intentos por destruir lo poco que le quedaba a la democracia peruana tuvieron como perpetradores a los que señala Reátegui y no a los que señalaban éstos. Felizmente, las reacciones del Tribunal Constitucional corrigieron una situación promovida por los socios apro-fujimoristas que distorsionaba hasta la caricatura el estado de derecho. En octubre había declarado la inconstitucionalidad de la ley que prohibía la publicidad estatal y en la primera semana de noviembre había hecho lo mismo con la resolución legislativa que modificaba las reglas para la cuestión de confianza y censura del Poder Ejecutivo.
Como refirió Augusto Álvarez Rodrich, con estas resoluciones se “cayó la pata de cabra fujiaprista”, es decir, la manera de entender el ejercicio del poder por demás agresiva y sin respetar las formas que predominó en los dos últimos años.
¿Qué les falló a Alan García y su compañía? En corto, fueron «construyendo» paulatinamente un escenario en el que se intentaba asentar la percepción de una situación de deterioro institucional, cada vez mayor. Pero, al hacerlo no les importó agregar el componente fundamental para que esto funcionase en la mente de los peruanos: credibilidad.
¿A quiénes buscó dirigirse García? ¿A quiénes quiso convencer? ¿De qué debíamos convencernos? El lenguaje político es efectivo sólo en la medida en que puede crear conexiones con el depósito cultural de imágenes que poseen los miembros del público masivo. En ese sentido, inventa una realidad y ese poder es lo que mantiene atadas a las personas.
Para que sea aceptada la fantasía que ofertó, era necesario que los consumidores creyeran en las bondades del producto. El desquiciamiento de García no le permitió ver el dato obvio y sencillo que le ofrece reiteradamente la realidad desde hace muchísimo tiempo: es el político más detestado por los peruanos, seguido algo atrás por Keiko Fujimori.
desco Opina / 23 de noviembre de 2018