Sorprendiéndonos una vez más, el gobierno acudió en auxilio del fujimorismo y de parte importante de la oposición, que se debatía afectada por una oleada de disputas internas y divisiones que alcanzaban a la mayoría de sus tiendas. El partido naranja sumido en la pugna –ya abierta– entre Keiko por un lado, y Kenji y Alberto por el otro; el Frente Amplio disminuido a su mitad original, buscando algún mecanismo «ingenioso» que les permita quedarse con las cuatro comisiones que tuvieron en la legislatura ya concluida, mientras el APRA y AP, atrapados en las disputas que han prolongado sus elecciones internas.
En ese escenario, la decisión gubernamental de retirar de la Procuraduría ad hoc a Katherine Ampuero, que arrastró la salida de Julia Príncipe de la Procuraduría General y del Consejo de Defensa del Estado, apareció como un salvavidas que les permite llegar al 28 de julio, recuperando su tono vocinglero en los más de los casos y claramente altisonante y provocador desde el fujimorismo. El «veranillo» que infructuosamente trató de crearse tras el diálogo entre PPK y Keiko, parece que terminará una vez más en lo mismo. Más allá de si la decisión del gobierno fue correcta o no, y nosotros creemos que era indispensable el retiro de ambas, llama poderosamente la atención la falta de pericia evidenciada por la Ministra Pérez Tello, teóricamente una de las pocas políticas del gobierno.
La manera en la que se anunció su salida, por televisión y no a través de una resolución y un comunicado previos, dejó a la titular de Justicia en manos de los dimes y diretes en los que ambas abogadas han demostrado experiencia larga e importante capacidad histriónica. Apoyadas mayoritariamente por los medios, han devenido en supuestas víctimas de la lucha contra la corrupción y la defensa de su autonomía, que estaría tocando las puertas del gobierno. En otras palabras, ambas son hoy día parte de la munición de grueso calibre de la que se alimentan muchas de las figuras políticas que aparecen sistemáticamente sindicadas de vinculación con actos de corrupción, empezando por un Alan García, ya experto y cuajado en encontrar la corrupción en otros como la mejor manera de alejar los reflectores que nunca llegan a afectarlo.
El resultado es claro. Los declarantes de siempre tendrán amplio espacio en los medios y los recurrentes analistas de todos los días, tendrán papel y cámara para especular sobre la precariedad y los pecados del gobierno. La primera, como lo demuestra el hecho, es evidente. Los pecados también, pero parece no existir un interés real en llegar a ellos, como lo evidencia el caso Chinchero, por ejemplo. Por debajo, varios intuimos que el retiro de ambos personajes de la Procuraduría –basta recordar que la doctora Príncipe en más de una ocasión ha evidenciado su corazón estrellado– es parte de la evidente trama en la que están comprometidos el Ministerio Público y la Procuraduría, para lograr el necesario «control de daños» que ocasionaría Lava Jato.
De esta manera, el salvavidas lanzado a los partidos, les permitirá esconder sus problemas y sus miserias por un nuevo período. Keiko Fujimori podrá olvidar por unas semanas la posible libertad de su padre o la probabilidad de que cumpla condena en su domicilio, lo que la llevaría a un indeseado escenario de compartir y competir por el liderazgo naranja; las reacciones de los conversos (Alcorta, Galarreta y Salaverry) a los tweets del exmandatario son muy claros al respecto. Alan García seguirá durmiendo tranquilo sin preocuparse, una vez más, por el trance en que ha puesto a su exánime partido y riendo porque ahora el corrupto puede ser PPK. En el Frente Amplio, finalmente, pueden empezar a especular sobre su eventual recomposición para mantener las Comisiones congresales que tuvieran en el pasado. En todos los casos, la política reducida a estatutos, reglamentos y sanciones para disimular la falta de propuestas y su desvinculación de la gente, situación que pretenden prolongar, enterrando la reforma electoral.
Mientras tanto, la economía parada, al extremo que el nuevo ministro del sector, acepta ya que este año no crecerá lo poco que habían previsto… pero el próximo año será mejor; los corruptos, preocupados por la corrupción de los otros; la gente expresando en la calle sus malestares –médicos, maestros y otros trabajadores–, los piuranos marchando porque no tienen recursos para su reconstrucción, cocaleros y un largo etcétera más, cada uno por su lado. La incertidumbre es cada día mayor en un contexto en el que no hay actores fuertes. En un escenario así, ¿podemos esperar algo del discurso del 28 de julio?
desco Opina / 21 de julio de 2017