Cuando hace pocos meses los más informados sobre la corrupción y sobornos en los que sistemáticamente había incurrido la constructora Odebrecht señalaban que el descubrimiento de los involucrados causaría serios estropicios en nuestro país, no imaginaron lo que se ha desencadenado posteriormente. También se dijo, que como siempre ha ocurrido, se produciría el famoso «control de daños» y que el escándalo se taparía con nuevas noticias y que difícilmente los «peces gordos» serían atrapados en esta red.
Pero hoy el control de daños y la fuga hacia el futuro no son operaciones tan simples como «voltear la página», como hubiese querido el presidente de la República. El panorama es complicado además, porque el Judicial, el Congreso y el Ejecutivo no tienen credibilidad ante la ciudadanía, mientras que los medios de comunicación y los gremios empresariales han perdido definitivamente su fuerza para orientar la atención pública.
Los que ganan en esta confusión son quienes al sentir que la mega-investigación internacional podría salpicarles, han iniciado una campaña de desprestigio para igualar a todos –políticos de todas las tiendas, empresarios, periodistas– como corruptos y participantes de la coima. El problema para los honestos es que esta campaña de desprestigio se mueve entre grandes márgenes de verdad. Derechas e izquierdas divididas y sin propuesta solo contribuyen a incrementar un malestar que nadie parece en capacidad de orientar. Los peruanos solo confían en su «nosotros mismos».
Y no es solo el Estado el desprestigiado, sino el propio mercado, pues ahora ya nadie lo ve seriamente como «la solución». Las asociaciones público-privadas, las famosas APP se han mostrado fallidas, corruptas y agiotistas. Pero nadie se escandaliza, pues las marcas brasileñas Odebrecht, Camargo Correa, Andrade Gutierrez y OAS son en realidad una muestra mejorada de lo que es en gran medida el proceder empresarial nativo en la construcción, que aplica sin recato el sistema de cartel para ganar licitaciones, añadir cláusulas depredadoras y adendas vergonzosas para desfalcar al país. Basta con recordar el caso del exministro de Economía y Finanzas dueño de una gran constructora y llorado por el condenado expresidente Fujimori.
Quizá ello explica por qué lo que debería a estas alturas ser un terremoto de la magnitud de los vladivideos –o yendo hacia atrás, de la “página 11”– es apenas un temblor más, uno más mientras esperamos el cataclismo. Nadie, en realidad muy pocos, se escandalizan en serio con el sistema institucionalizado de corrupción de Odebrecht y su penetración en el Estado: porque más o menos en esos términos es como se hacen negocios –formales e informales– en el Perú del neoliberalismo. Con porcentaje incluido y conversa bajo la mesa. El río está tan revuelto que no cabe ganancia de pescadores.
desco Opina / 4 de febrero de 2017