Mientras el proceso sobre la corrupción de Odebrecht sigue su (lento) curso, algunos analistas se esfuerzan por dar cuenta de la real dimensión de lo que ha sucedido. Las repercusiones del ‘terremoto’ se medirán en los daños que ocasiona, la pregunta es ¿a quiénes debería dañar? A diferencia de un desastre de origen natural, los afectados deberían ser quienes realmente se lo merecen; ni un solo inocente debería sufrir. Una parte de la ciudadanía reclama que haya fracturas en la institucionalidad paralela y corrupta que se montó entre Estado y empresa privada desde hace décadas. La pregunta es ¿podremos reconstruir algo mejor para nosotros?
Vale la pena mirar a nuestra historia reciente. Algunos intuyen que se trata de un cisma que no se veía desde el 2000 cuando cayó Fujimori. Lo que siguió fue el régimen de transición de Paniagua y después de ello todos y cada uno de los presidentes de la República aparece involucrado en el escándalo del momento. El mensaje parece ser que la democracia que siguió al periodo autoritario de Fujimori es tan corrupta (o más, para los fanáticos naranjas de ayer y hoy) que lo que representó y escenificó Montesinos cuando jugaba a poner fajos de billetes uno sobre otro para comprar votos, diarios, conciencias y todo lo que esté a la venta.
No obstante, las diferencias entre entonces y ahora saltan a la vista. No olvidemos que esta vez los indicios condenatorios han venido desde Estados Unidos, desde afuera, y eso es lo que nos llevó a mirar con detenimiento los vínculos peruanos con Lava Jato. Marcelo Odebrecht fue encarcelado en 2015 y por esas fechas se empezó a indagar tímidamente sobre las relaciones entre personajes como Zaida Sisson con el gobierno de García, pero también con el de Ollanta Humala.
Por otro lado, y asociado a lo anterior, pareciera que lo que ocurra o deje de ocurrir (¿cuántas otras figuras a lo Facundo Chinguel caerán antes que se pueda vincular a García directamente?) será algo que pase en las ‘alturas’ del poder. Sin embargo, para matizar esta afirmación, el estallido de indignación popular que inauguró el 2017, el de los peajes en Puente Piedra, también tiene que ver con el escándalo puesto que la inversión de empresas brasileras estuvo involucrada en procesos de concesión de vías en Lima. Eso no hace corrupta a Susana Villarán, por cierto, y directamente, tampoco a Luis Castañeda, al menos no se puede demostrar todavía. Lo que llama la atención de este último es su capacidad para decir que “tiene las manos atadas” para desatárselas después sin empacho cuando ve que cae en las encuestas. Lo que queda es que la corrupción infiltró todo el sistema.
Se ha escrito que las consecuencias traerán mayor desconfianza en el sistema democrático, haciendo que las condiciones estén dadas para un caudillo populista. Algo de cierto puede haber en ello, sin embargo, puede que sea una relación en el espejo distorsionado de lo que significa la asunción en el cargo de Trump. Pero ¿el auge de un populista es algo nuevo en un país que ha estado al borde de ser gobernado por Keiko Fujimori dos veces? Para los ‘liberales’ peruanos un populista es otra cosa, aun cuando la máscara demócrata de Keiko se siga descascarando cada día. Y no solo el sistema democrático se vería afectado. Martín Pérez, presidente de Confiep, declaró que “Odebrecht ya fregó al Perú”, aludiendo a la desconfianza que el caso traería sobre el supuestamente puro empresariado peruano.
Desde el Congreso, mucho ruido y poca sustancia, como casi siempre. Cuando los fujimoristas defienden al líder suelen aludir a los juicios sobre derechos humanos pero no a los de corrupción. Probablemente algunos ni siquiera sepan que se declaró culpable rápidamente para evitar que desfilen los muchos testigos que había en su contra. Hoy, destaca que es la bancada naranja la única que se opone a que los Noventa entren en investigación, pese a que es el periodo en el que Odebrecht hizo más obras.
¿Cómo llegamos a esto? Carlos Iván Degregori (1945 – 2011) desde el 2000 empezó a interpretar, lo que desde entonces forma parte de la memoria alternativa, de resistencia frente al intento de ‘lavado de cerebro’ del fujimorismo. Degregori, que se refiere a los Noventa como “la década de la antipolítica”, nos recuerda que una de las estrategias conscientes de Fujimori y Montesinos fue el envilecimiento cotidiano porque “nadie es un monstruo si lo somos todos”. El escándalo Odebrecht, presenta el sueño de los actuales fujimoristas en el poder para limpiar la imagen de su partido, de su líder y de la hija del líder. El autor recuerda la asombrosa impunidad con la que operó Montesinos, tras salir a la luz pública: cuando era descubierto, presionaba más, era más temerario y más desembozado, todo con anuencia de Palacio.
Entonces, como ahora, la ausencia de frenos institucionales hace que, aparentemente, todo valga. Tras la década de la antipolítica vino década y media de vacío, de política de baja densidad; hasta el actual Presidente, sin una visión de futuro convincente más allá de los puntos de PBI que se pueden ganar o perder en el mediano plazo. En ese sentido, pone su futuro (y el nuestro) en manos de la inversión privada. José Luis Guasch, antiguo funcionario del Banco Mundial, no se muestra sorprendido por la corrupción. Según él “las APP, el contexto en el cual las asociaciones público-privadas (APP) se han desarrollado (en el Perú y muchos otros países) propiciaba las oportunidades para prácticas corruptas”. Los empresarios de bien deberían hacer serias autrocríticas en vez de seguir albergando fantasías conspirativas.
Degregori también se equivocó. Él pensaba que el terremoto que arrasó el régimen de Fujimori significaría la desaparición paulatina del fujimorismo. No pudo concebir que frente a él, los actores políticos de la actualidad se mostrarían a la vez tan cínicos, como la Keiko que lanza mensajes consternados de teleprompter pidiendo sanciones, como febles para luchar en serio contra la corrupción. Era inconcebible que a la debilidad del régimen corrupto de los Noventa volvamos al esquema de ‘business as usual’. Los intentos del gobierno son claramente insuficientes, aunque bienintencionados y eso no va a alcanzar para llegar al 2021 sintiendo que hemos aprendido de nuestras desgracias.
desco Opina / 20 de enero de 2017