El domingo 10 a las 4 de la tarde se cerrará el primer tiempo de las elecciones 2016, aunque es probable un alargue de varias horas en el mismo para saber quienes jugarán la etapa final, pero también de varios días para conocer la composición definitiva del futuro Congreso de la República. El proceso electoral, como ha sido notorio, se vio afectado por nuestra precaria institucionalidad: a la base encontramos una reforma de la legislación electoral propuesta por los entes especializados, postergada por el Congreso de la República durante más de dos años, aprobada parcialmente a gusto y conveniencia de los padres de la patria que preparaban su reelección, cuya promulgación se realizó meses después de convocadas las elecciones. A ello, se añadió la polémica y poco cuidadosa conformación de muchos de los Jurados Electorales Especiales y las contradictorias decisiones del propio Jurado Nacional de Elecciones.
En este escenario, en el camino quedaron dos candidatos presidenciales que a inicios de año mostraban algunas posibilidades, infinidad de aspirantes al parlamento y el propio sentido común que fue liquidado por un proceso engorroso y plagado de contradicciones, si no de arbitrariedades. En esta historieta, varios encontraron un fraude en curso, alimentados por las decisiones de los entes electorales, obviando la debilidad de todas las instituciones en el país.
La campaña, como las últimas que hemos vivido, estuvo teñida por la multiplicación de acusaciones y denuncias contra la mayoría de candidatos, al extremo que algunos días la sección de política de los principales medios de comunicación, que se regodearon con el espectáculo, se podía confundir con la página policial. Con la candidata del fujimorismo navegando siempre por encima del 30%, cosechando su trabajo partidario de los últimos cinco años, la disputa se concentró entre los otros candidatos ávidos de alcanzar la segunda ronda y conscientes de sus posibilidades y del peso de un antifujimorismo ciudadano que despertó masivamente, como lo evidenciaron las masivas movilizaciones del 5 de abril pasado.
En las últimas semanas varias cosas empezaron a quedar claras. Alan García y Lourdes Flores caminan al final de su ciclo político, 9 de los 19 candidatos iniciales optaron por salvar sus franquicias y se retiraron de la contienda, los cuestionamientos al modelo económico se multiplicaron en la cancha y los candidatos que intentaron representarlo, Alfredo Barnechea y especialmente Verónika Mendoza, enfrentaron la guerra sucia lanzada desde distintos frentes y amplificada por los medios de comunicación. El candidato de Acción Popular no logró superarla y más importante aún, no logró resolver su gran distancia con la gente de a pie.
PPK, el candidato del establishment recuperó algunos de los votos que perdió con Guzmán, su versión juvenil y sin historia, aprovechando también el temor que conscientemente se buscó machacona e infantilmente generar alrededor de Mendoza y el Frente Amplio. Acusada de chavista, terrorista, representante enmascarada del gobierno, antiminera y simultáneamente, casi de minera ilegal, Mendoza siguió creciendo a pesar de las encuestadoras y de la desesperación de algunos medios, aprovechando su imagen, su rostro nuevo y un estilo directo de comunicación con la gente, pero también la claridad de sus propuestas más importantes y su afán por ponerlas en discusión, haciendo que su llamado al cambio resulte verosímil para sectores crecientes del electorado.
Llegamos así a un final que será seguramente muy reñida entre el candidato que le genera más confianza al gran capital y al mundo empresarial, afectado en la hora final por su aparición entre los “Panamá papers” y una candidata, que a partir de un movimiento pequeño pero muy activo, ha sabido abrirle un espacio importante a los distintos malestares que genera un modelo económico que ya aparece agotado y a muchos de sus representantes que se sentían impunes. Las campañas de demolición en su contra, el esfuerzo de algún encuestador que se transformó en analista y vidente en su afán desembozado de inducir un resultado, parecen no haber alcanzado. Los defensores del modelo cometieron los errores de siempre y en consecuencia, llegarán al domingo con sus temores recurrentes.
Incluso, las certezas que semanas atrás parecía darles Keiko Fujimori en la segunda vuelta, dejaron de ser tales después de la movilización contra ésta las últimas semanas. Sus compromisos, anunciados en el único debate electoral que se realizó, aunque apuntan a su posicionamiento en la segunda vuelta electoral, también eran una advertencia a los poderes imperantes: puede ser la única esperanza que les quede porque los distintos defensores del modelo se fueron desinflando, como éste mismo que ya no puede disimular sus limitaciones.
desco Opina / 7 de abril de 2016
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